Limoncito. Un Álbum escrito e ilustrado por Javier Sáez Castán
Limoncito. Escrito e ilustrado por Javier Sáez Castán
(Libro disponible a partir de noviembre)
 

“Siempre albergamos muchas edades”

El nuevo álbum de Diego Pun Ediciones reflexiona sin tabús sobre la infancia y los caminos de la adultez

LIMONCITO Limoncito. Un Álbum escrito e ilustrado por Javier Sáez Castán

 

Llaman a la puerta. Retumban los golpes en el patio. Te has quedado dormido en el sofá. La televisión parlotea de fondo. Más golpes. ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! Poco a poco te desperezas. El ruido de la teletienda y las patadas en la puerta se cuelan en las grietas de tu sueño. Ya ha pasado la medianoche, hay restos de la cena por el suelo. Tú te levantas. Apenas ves un palmo. Arrastras los pies por el pasillo y te diriges a la puerta. Al abrir, el oso de peluche de tu infancia te saluda. Así arranca la historia de Limoncito, la última propuesta que Diego Pun Ediciones publica del autor Javier Sáez Castán, Premio Nacional de Ilustración 2016. En esta nueva edición, el artista aragonés desafía las convenciones del libro álbum y de la fábula navideña en una historia ácida de redención y esperanza.

Este libro inicia una nueva vida 14 años más tarde de su alumbramiento.

“Así es. Ya se había publicado con Océano Travesía, pero en esta ocasión hemos hecho algunas modificaciones. Cuando termino un libro, no le adjudico una fecha de caducidad. Más que una labor de recuperación, se trata de aprovechar la oportunidad de un cuento que ya había concluido su ciclo editorial. La idea es que siga en librerías, que llegue a otros lectores, esta vez de la mano de Diego Pun. Creo que es un encuentro muy feliz el de Limoncito con este nuevo sello”.

¿Qué cambios se han introducido?

“El editor ha hecho unos grandes ajustes. Hemos retocado el texto y, lo más sobresaliente para mí, hemos escogido otra portada. El cambio con la versión anterior es evidente. Ahora estamos delante de una portada que comunica muy bien lo que el cuento ofrece. Estoy muy satisfecho”.

Es un cuento trufado de elementos ácidos, con una estética un poco kitsch.

“Sí. Limoncito es como un limón. Hay una tendencia a darles a los niños historias edulcoradas. En principio no es nada malo, pero a veces se quedan un poco cortas. En la acidez hay algo sorprendente, aunque no deja de tener su parte dulce. Limoncito narra un encuentro marcado por la distancia temporal, que simbólicamente también está representaba en el cuento. El protagonista es alguien que vive una vida que ha dejado de ser la suya, pero a raíz de este punto de inflexión, puede conectar con un pasado remoto, el de su infancia, y así recuperar el mando de su destino. Hay un último elemento clave: la ambigüedad. Hay ciertos episodios que no sabemos si ocurren realmente o son ensoñaciones y que están ahí para generar preguntas, pero también para acompañar al protagonista en su viaje interior”.

A priori, Élmer Campos puede resultar un tanto desagradable. Es un fracasado, un perdedor. No estamos acostumbrados a ver este tipo de protagonistas en la literatura infantil y juvenil.

“En esta historia, era necesario. No se puede intercambiar por otro tipo de personaje. Existe una tendencia a repetir ciertos clichés en los libros para niños, pero en la tradición literaria hay personajes que nos muestran los peligros de la vida, como el lobo de Caperucita. En este caso, no lo veo como algo meramente didáctico, que contiene una enseñanza, sino como una forma de reflejar la realidad. De alguna manera, incluso puede resultar esperanzador”.

Se rompe, así, con la idea más blanca del cuento.

“A veces se identifican los cuentos para niños como algo simplemente consolador. Pero el mundo no es un parque temático donde están totalmente a salvo. Limoncito nos muestra un personaje que está viviendo una noche oscura. Incluso cromáticamente, el libro es oscuro. Pero luego amanece, todo pega un volantazo”.

¿Qué referentes tenía en mente cuando creaba ese osito de peluche tan irreverente?

“La historia de Limoncito no comienza solo con la adquisición de los derechos por parte de Diego Pun, ni tampoco con su primera edición. En realidad, recorre más de 50 años. El primer referente es un cuento que tenía de niño que se llamaba Limoncito. Se podría decir que mi primer osito no fue de trapo, sino de papel. Hay, por tanto, una conexión con mi propia niñez. Por otro lado, cuando terminaba mis estudios en la Facultad de Bellas Artes, con unos 20 años, dediqué un curso sobre todo a hacer dibujos con un carácter narrativo muy fuerte. En algunos de ellos, mostraba a un grupo de jóvenes muy desesperanzados. De pronto, llegaba el oso de peluche de su infancia y esa apatía se esfumaba. Limoncito refleja mi manera de trabajar, que atraviesa épocas muy lejanas. Como llevo toda la vida escribiendo y dibujando, voy almacenando muchas ideas en carpetas”.

Hay algunos elementos —como la cerveza— que resultan disonantes en un formato típicamente infantil.

“Élmer Campos representa, sencillamente, a una persona que se ha abandonado a sí misma, que no cuida sus hábitos de vida. Mientras escribo, no me planteo a quién me estoy dirigiendo. Quizás hago la reflexión a posteriori. Muchas veces se producen libros como si fuesen prendas de vestir, por tallas. Pero esa clasificación marcada por edades me resulta muy ajena. Como llevo más de 50 años haciendo cuentos, siento que llevo todas esas edades conmigo. Claro que cambio y aprendo, pero mi actitud es más o menos la misma. Yo estoy indagando en una historia con la misma curiosidad, da igual que tenga 10, 30 o 60 años, y espero que al lector le ocurra algo similar. Es como sacar agua de un pozo”.

De nuevo, el tiempo ocupa un espacio primordial en su obra…

“Cuando somos niños, nuestra edad madura está presente como un sueño, una esperanza, una posibilidad. Y, cuando somos mayores, nuestra infancia pervive como recuerdo. Siempre albergamos muchas edades. Mi trabajo parte de ese hecho”.

Es un libro de contrastes, repleto de claroscuros. ¿Qué destacaría de su construcción simbólica?

“El libro juega mucho con el simbolismo. Hay una serie de opuestos, que chocan los unos con los otros, como el día y la noche. La tensión simbólica se encarna en este camino que debe hacer el protagonista, que metafóricamente debe atravesar un bosque oscuro. Para mí era importante que estas alegorías no fueran exageradas, sino que estuvieran insertas de forma natural en la trama. Nunca busco aleccionar al lector, sino dejar que disfrute. La reflexión vendrá por sí sola. Yo, como autor, tampoco soy el dueño de todas las lecturas”.

La ambientación conecta con las grandes fábulas navideñas de la literatura.

“Quise apropiarme de un tipo de Navidad, en el aspecto climático, que recuerda más al norte de Europa que a la que tenemos en Canarias o en el Mediterráneo. Un referente fundamental, en este sentido, fue Un cuento de Navidad, de Charles Dickens. Me parecía que funcionaba precisamente por el juego de contrastes, especialmente con Limoncito, que es como un sol resplandeciente. En la secuencia en que el osito se queda en el umbral de la puerta, cuando amanece, lo que sugiere es que una puerta abierta no es suficiente: el protagonista y el lector tendrán que tomar una decisión”.

Entrevista realizada por Ricardo Marrero Gil

 
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