«Pasarlo bien, portarse… regular».
El autor de las travesuras de Rosa la lía se declara fan de Gloria Fuertes y Bart Simpson.
Aunque es vallisoletano de nacimiento, Rafa Ordóñez (1964) creció y estudió en Madrid. Graduado en Magisterio, su pasión por la literatura lo llevó a explorar su vena artística a través de diversos talleres de creación. Es en ese momento cuando decide dar el paso y adentrarse en el sector editorial de manera profesional. En 2001 le conceden el Premio Jaén de Literatura Infantil y Juvenil gracias a La leyenda de Rostroazulado. Desde entonces, se ha convertido en un autor habitual de Alfaguara y Santillana, compaginando la escritura con su faceta de cuentacuentos. En esta ocasión, Ordóñez repite con Diego Pun Ediciones de la mano del ilustrador José Fragoso. Juntos firman Rosa la lía, un libro álbum que es también un canto a la diversión.
¿Cómo fue su llegada a Diego Pun Ediciones?
“Suelo hacer muchos encuentros en colegios por todo el país. En más de una ocasión he ido también a Canarias y, cuando me enteré del Festival del Cuento de Los Silos, me interesé mucho por él. Así fue cómo conocí al equipo del Festival y, a través de ellos, a la editorial. Este es el tercer libro que saco con Diego Pun”.
¿Qué valora de una editorial independiente después de haber publicado con gigantes como Santillana?
“Todas tienen su nicho de especialidad. De las más grandes valoro su capacidad de llegar a todos los colegios de España, pero sus formatos son más rígidos al ser libros de colección. En
el caso de las editoriales más pequeñas, la libertad creativa que ofrecen es impresionante. Los
libros de Diego Pun me encantan porque son todos diferentes, se les da un tratamiento
individualizado y cuidan mucho todo el proceso. Mientras el trato sea bueno, me da igual el
tamaño del equipo”.
¿Cómo se fragua la complicidad artística con el ilustrador José Fragoso?
“Lo conocí a través de un editor. Un día quedamos los tres y, cuando hablamos, nos dimos cuenta de que nuestros estilos eran muy parecidos. En cuanto me dan la posibilidad de elegir quién va a ilustrar mis historias, últimamente siempre pienso en él. Al escribir, suelo plasmar lo que se me viene a la mente y él es un profesional a la altura. Como Fragoso también vive en Madrid, muchas veces me hace alguna indicación sobre el texto, me plantea dudas o me muestra sus originales. Me encuentro muy a gusto trabajando con él”.
¿De dónde surgen los paralelismos con cierta cantante de éxito mundial?
“Cuando escribí la historia, la protagonista no tenía nombre. Pero cuando acabé la corrección, se me ocurrió llamarla Rosalía por el juego de palabras. Cuando Jose Fragoso lo leyó, en seguida supo cómo tratar la estética del personaje. El problema es que la artista, en la vida real, cambia muchísimo de aspecto. Pero creo que la esencia está bien plasmada”.
De hecho, la música y la literatura se presentan explícitamente como un espacio de unión.
“Así es. Como la protagonista recuerda a Rosalía, tuve a bien meter una canción al final. El estribillo, como son solo dos o tres frases, ayuda a memorizar a los niños. Además, lo pueden cantar con los papás y las mamás que leen con ellos. Ese momento al acabar el cuento es muy chulo”.
Abundan los recursos estilísticos, como la aliteración o el asíndeton. También la rima. ¿Cómo definiría su estilo?
“Para mí, lo más importante de un texto es que sea divertido. Mucha gente piensa que solo escribe para niños, pero muchas veces son los padres y los maestros quienes les acompañan en la lectura. Por eso espero sacar una sonrisa también a los adultos. Aunque no siempre escribo comedia, muchos de mis libros tienen grandes dosis de humor. Además, me encanta la poesía, la musicalidad y todos los recursos que sirven para que los niños se puedan enganchar a la historia. El ritmo un poco loco, casi atropellado, también es muy característico. En definitiva, procuro dotar de riqueza al texto para todo aquel que quiera apreciarla. Me confieso fan de Gloria Fuertes”.
Desde la novela picaresca, la figura del niño travieso es una de las que más juego dan del imaginario occidental. ¿Qué tiene que gusta tanto?
“Hay un referente en la cultura popular que me parece divino: Bart Simpson. Es el típico niño travieso que luego pone carita de bueno. La mayoría de personas, hemos jugado a interpretar ese papel en algún momento de nuestra infancia. A veces los adultos consideramos algo como un desastre, mientras que el niño asume que meter la pata es algo normal. Por eso, al final de Rosa la lía, la protagonista no es muy consciente de lo que ha hecho. Hay algo muy divertido en la inocencia malévola”.
¿Y no le preocupa que a los más traviesos se les disparen las malas ideas?
“¡No, para nada! Yo creo que el fin último de un álbum es que los niños se enganchen a la lectura, que disfruten. Si hay alguna enseñanza moral, será bienvenida, pero no es el objetivo principal. Incluso cuando una lectura tiene un uso educativo, lo primordial es que el lector se lo pase bien con la historia. Son los padres y los profesores quienes deben velar por que el niño crezca con responsabilidad. Hay un cierto tipo de literatura dirigida que a mí no me interesa en absoluto”.
El libro rompe con el canon de la mujer como figura modelo y ocupa espacios que
tradicionalmente habitaban solo los niños: la travesura, la comedia, el balón…
“Los roles distintivos ya no tienen ningún sentido. Podría haber sido un niño y no hubiera pasado nada. También hay otro personaje que históricamente se asocia a lo masculino y, en este caso, es una mujer: la taxista. Cuando escribo historias, me da igual que sean niños, niñas o animales del bosque. Procuro no hacer distinciones de ninguna clase porque esa es la realidad de la vida”.
Entrevista realizada por Ricardo Marrero Gil