“Hay que tener una mirada infantil para ser un buen artista”
El madrileño lanza con Diego Pun Ediciones un álbum sobre el despertar artístico
Dicen que el humor está directamente relacionado con la inteligencia. Álvaro Núñez (Madrid, 1972) hace buen alarde de ello. Este torbellino de alegría contagiosa es escritor, ilustrador, humorista gráfico y guionista. Es el autor que está detrás de la exitosa serie de cómic Gafas y Ruedas, la novela juvenil Sociedad Lovecraft y Violeta Volcán y el tesoro de William Winter, distinguido por el Ministerio de Cultura como uno de los mejores libros de literatura infantil del 2022. Y eso por citar tan solo un puñado de sus títulos más vendidos. Después de tres años afincado en Fuerteventura, donde reside y trabaja, ahora da el salto a Diego Pun Ediciones con su Casa museo, un libro álbum que aborda la historia del despertar artístico de una niña nada más y nada menos que en las paredes de su propia casa.
¿Cómo da con el sello Diego Pun?
“Ya había visto su trabajo por redes, pero los conocí oficialmente en la Feria del Libro de Las Palmas hace unos años. Aunque mi casa editorial de cabecera es Anaya, donde tengo todos mis libros, la posibilidad de crear algo distinto me seducía. Cuando se me ocurrió la idea de Casa museo, se la presenté a Cayetano Cordovés y por suerte le encantó. Ya que vivo en Canarias, es importante apostar por editoriales de aquí que además realizan un trabajo tan bonito y cuidado”.
¿Qué tal es el trato con los lectores?
“Es de lo que más me gusta de mi trabajo. Justo ahora estoy cerrando los bolos, como yo los llamo, para este curso. Estaré algo más de dos meses en la Península realizando visitas en los centros, participando en foros y lecturas públicas, y después volveré a Canarias para hacer lo mismo por las Islas. Lo bueno de mi público es que es muy sincero. A veces, demasiado. Tienen un sentido crítico bastante fuerte, pero si les gusta algo se les nota en seguida. Mi objetivo es crear hábito lector. Me encanta la idea de que en esta era tan digital y de inteligencias artificiales, los niños vuelvan a algo tan orgánico como pintarse las manos”.
¿Qué relación tiene el libro con una tal Martina?
“Tengo una amiga bilbaína muy graciosa con una hija que es un poco terremoto. Al poco de mudarse de piso, me envía una foto en la que se ve a Martina con los lápices de colores en la mano y un dibujo en la pared. Y luego un mensaje que decía ‘al menos dime que tiene talento’. Me reí muchísimo. Luego le respondí que esa osadía le haría falta si quería dedicarse al mundo del arte. Siempre intento sacar ideas de las cosas cotidianas que me ocurren. El chispazo de Casa museo surge de esta anécdota, pero también de la idea intergeneracional de que los abuelos y los niños se alían para guiar a los padres hacia una crianza más saludable. Martina y su madre aún no saben nada del libro. Van a flipar”.
¿Con qué técnica se encuentra más cómodo?
“Soy economista de carrera. También hice algo de Arquitectura. Pero hace veinte años que me dedico al dibujo y a la escritura. En la última década me he centrado más en esto último, así que con Casa museo quería regresar a la ilustración. Cuando hablo con estudiantes, siempre dibujo con un rotulador sobre papel para demostrar que lo importante es la mano que está conectada al cerebro, no el medio que empleamos. Desde hace un tiempo, me he pasado al iPad por la comodidad que ofrece. Ahora bien, que la gente no se deje engañar: si no sabes pintar con acuarelas, si no has cogido un pincel en tu vida, no te irá bien en el arte digital. Procuro siempre imprimir un toque cálido. En Casa museo, por ejemplo, imito la textura de las ceras, el óleo, las témperas… Todo lo que puede usar un niño para pintar”.
En Casa museo el color tiene un papel protagónico.
“Así es. Quise reservar un fondo blanco en la portada y las guardas para simular el folio vacío, el lienzo sobre el que luego vamos a pintar. Cuando somos pequeños, utilizamos el color de manera instintiva y creo que muchos de los buenos pintores, al menos a mí, me recuerdan a niños pintando. Más que el trazo, lo importante de este libro es el color”.
Las imágenes también cuentan con un trasfondo didáctico.
“En todos mis libros siempre hay una vocación didáctica, de querer trasladar ciertos valores a los lectores. En esta ocasión quise proponer un breve recorrido por la historia del arte. Empleo el entretenimiento, la diversión y el humor para que aprendan cosas. Podía haber incluido a muchísimos más, pero me decanté por algunos de mis maestros. Por ejemplo, Basquiat, Picasso, Keith Haring o Frida Kahlo. Y también Velázquez, que es mi pintor favorito. También me servían para contar la historia, como El grito de Munch”.
El texto está escrito en verso con rima asonante. ¿Cómo fue su creación?
“He escrito libros para todas las edades, desde primeros lectores hasta adolescentes, pero hasta ahora no me había atrevido con la poesía. Aunque no soy Jardiel Poncela ni Miguel Mihura, creo que el verso es una forma muy divertida de ejercitar la memoria. En este caso, surge casi al mismo tiempo que las imágenes, porque tenía las escenas muy bien proyectadas. Salía a pasear y por el camino grababa audios con ideas para el texto. Y luego fui dibujando y escribiendo casi a la vez”.
Ya que el libro trata sobre un precoz despertar artístico, ¿cuándo se produjo el suyo?
“Con Casa museo me he permitido ser tan libre como la protagonista. Aunque ha llevado su trabajo, para mí ha sido un divertimento. Por suerte para mis padres, nunca tuve un episodio como el que relato en el álbum. Sí recuerdo pintar desde muy pequeño. No tanto por la belleza técnica de los personajes, sino para contar historias. Una vez le enseñaron un dibujo mío a un pintor que era amigo de la familia y le dijo a mi padre que eso se llamaba vocación. No se equivocaba. Tan mal no me ha ido, ¿no?”.
¿Cree en la figura del niño-artista?
“Creo que el secreto de los grandes artistas es que no dejan de ser niños. Pienso en Picasso o en los muñecos de Keith Haring. Hay que tener una mirada un poco infantil para ser artista. Al menos, los que a mí me llegan más. Por supuesto que hay artistas buenísimos que son muy realistas, nada infantiles. Pero el niño que pinta siempre será un niño con dotes para la imaginación y la abstracción”.
¿La vida adulta se impone a esa creatividad infantil?
“Desde luego. Cuando pregunto en un aula quién dibuja habitualmente, todos los niños levantan la mano y los adultos nunca lo hacen. Cuando somos pequeños, podemos pasar el tiempo solos pintando. Nos sentimos realizados y nos divierte. Pero de adultos, aparcamos nuestra creatividad. Por eso siempre digo, desde el humor, que yo no he madurado. Sin embargo, cuando nos hacemos mayores volvemos a reconectar con ese tipo de actividades. Hay muchos grupos que se reúnen para pintar o hacer manualidades por puro entretenimiento, para liberar estrés y ejercitar la concentración, sin ningún otro tipo de expectativa”.
¿Qué podría hacer un padre que presiente en su hijo una inclinación por el arte?
“Lo que haría sería ayudarle a seguir ese camino, alimentar ese fuego que lleva dentro. La vocación artística no está reñida con los estudios. Es importante también cultivar esa vía. Pero creo que la educación en casa y la enseñanza escolar deberían fijarse en las particularidades de cada niño y, en lugar de sofocarlas, potenciarlas. Es una fortuna cuando un niño tiene talento o encuentra su vocación temprana, pero tampoco hay que dejar que eso se convierta en una espada de Damocles”.
¿Su casa museo favorita?
“Pues ahora escribo sobre la Casa de Colón en Las Palmas de Gran Canaria. Es la segunda parte de Violeta Volcán, una colección que preparo para Anaya sobre viajes en el tiempo en cada isla de Canarias que trata de divulgar la historia de forma divertida. En Madrid, el Museo Sorolla, ubicado en su antigua casa, es una pasada. Bueno, y también está la casa de César Manrique, en Lanzarote. Su taller incluso puede recordar un poco a Casa museo.
Casa Museo
Entrevista realizada por Ricardo Marrero Gil