→ Maddalena Oriani, escritora

La patria íntima. Donde el yo verdadero se manifiesta y se abre un horizonte de posibilidades. La fantasía es la más real de las realidades porque es la única personalísima, inexorable. Esta entrevista se desarrolla en esos cauces. Son casi las nueve de la noche y me preparo para llamar a Maddalena Oriani. Además de escritora, la italiana es diseñadora de producción y, en las últimas semanas, el trabajo no le ha dado un respiro. “Es la primera vez que entrevisto a alguien en inglés”, le confieso. Enseguida la barrera lingüística se difumina y hablamos el mismo idioma: la lengua inventada del barón de Munchausen. La adaptación del clásico alemán, en formato álbum y con ilustraciones de Francesca Dell’Orto, es la nueva joya de la editorial tinerfeña Diego Pun.

¿Qué sintió cuando la ilustradora Francesca Dell’Orto le propuso este proyecto?

“Queríamos trabajar juntas desde que nos conocimos en la academia de arte. A ella se le ocurrió la idea de El barón de Munchausen y me pareció algo fantástico porque es una historia que rebosa libertad. No es un clásico común de princesas, sino que está repleto de locuras y sueños. Vi en el proyecto una oportunidad única para confrontar la aproximación crítica de los lectores. La imaginación es uno de mis temas favoritos, así que inmediatamente me embarqué en esta aventura”.

¿Ya conocía la historia de El barón de Munchausen?

“¡Sí! Me gustaba mucho. Había visto las películas, muy hermosas y muy locas a la vez. La de Terry Gilliam es increíble. Pero, por supuesto, en cuanto Francesca me habló del proyecto, me puse a investigar seriamente en su pasado, que se remonta al siglo XVIII”.

¿Qué ofrece esta nueva versión?

“Buscábamos hacer algo diferente, aportar una nueva capa de lectura. Discutimos mucho acerca del estilo de la ilustración y del libro en general. Encontramos inspiración visual en las películas, pero aun así queríamos ahondar un poco más en el diseño de las narrativas ilustradas, apropiarnos del texto original. La historia se inspira en las novelas, pero no es una adaptación como tal. Por ejemplo, decidimos que el barón fuera un chico joven para interpelar más directamente al lector”.

Si en algo recuerda a El Principito, es precisamente en este viaje del héroe encarnado en un niño.

“Sí, definitivamente. Ahí donde el barón cuenta las aventuras imposibles de su vida, de pronto vemos a un niño jugando con su imaginación. El barón no solo invita a su fiesta a todos los monstruos y criaturas que encuentra en sus viajes, sino también al propio lector. Para ser honesta, no decidimos este detalle hasta después de terminar el texto. Yo me centré en el diálogo entre el barón y el lector. Me interesan mucho los tall tales, esos cuentos fantásticos que presentan elementos que son demasiado grandes para caber en la habitación. Me intrigaba particularmente cómo el libro podía desafiar al lector. Por supuesto, uno se puede preguntar cuán ciertas son las historias que narra el barón. ¿Pero es eso lo importante? Quizás no. Quizás lo importante es entrar en su juego”.

También hay algo de Robinson Crusoe, tal vez por esa estructura que comparte con la literatura de viajes, ¿no le parece?

“Por supuesto. El protagonista es un viajero y un gran explorador. El encuentro con el otro es fundamental para el desarrollo de sus aventuras. Pero también hay algo novedoso en ello. Me refiero al giro de metaficción que se introduce hacia el final del álbum. Para mí, es una forma de coger toda la tradición literaria de la que bebe y darle un pequeño giro de tuerca. De este modo, la sorpresa se hace efectiva y lo real emerge. Es entonces cuando el lector tiene la oportunidad de jugar con los límites de la suspensión de la incredulidad”.

Aquí aflora la disyuntiva posmoderna entre los hechos y la ficción. ¿De qué lado se sitúa usted?

“Me pongo del lado de la imaginación. Como artista, me pregunto a menudo por qué creemos que la fantasía no es real, por qué insistimos en que la realidad es una sola. La imaginación es una realidad paralela, un superpoder humano que permite a la gente, a los niños, cambiar su propia realidad. Para mí, la fantasía y la realidad se superponen. No son cosas diferentes. Los hechos, claro está, son algo que existe y que podemos experimentar. Pero la fantasía es algo que, si se aprende a domesticar, puede cambiar el mundo en que vivimos. Por eso pienso que nuestra habilidad de usar la imaginación es crucial para la realidad. Eso explica por qué los artistas nos pasamos la vida soñando despiertos”.

¿Cómo ha sido reencontrarse con Francesca Dell’Orto?

“El trabajo de Francesca es sublime. Es una gran artista y no esperaba nada más ni nada menos de lo que me enseñó. El barón pasó por diferentes fases. Cuando dimos con la clave de convertirlo en un niño, me enamoré de su obra. Me asombraron todos los paisajes y criaturas imposibles que fue capaz de imaginar. Posee una delicadeza y una fuerza poética irresistibles. En este caso, ha tenido la oportunidad de explorar un lado más loco y surrealista. Creo que El barón de Munchausen es, ante todo, un ejercicio de libertad”.

¿Qué aportan sus imágenes?

“Los dibujos no solo enriquecen el texto, sino que lo recolocan. Hay pasajes donde las imágenes cuentan más y amplían lo que las palabras dicen. Algunas ilustraciones son tan ricas en detalles que constituyen un mundo en sí mismas: también necesitan ser ‘leídas’ para experimentarlas del todo. Especialmente al final, el lector debe observar las ilustraciones con el fin de interpretar el significado del epílogo”.

¿Qué le parece publicar con Diego Pun Ediciones?

“Es un honor. Estoy muy agradecida por la libertad y la confianza con la que nos dejaron trabajar. Me sentí muy bienvenida. Creo que, además de guiarnos y orientarnos, nos han permitido crear el libro que habíamos imaginado desde el principio. Aunque no hablo el idioma, me parece que la traducción al español es genial, muy cercana al texto original. Siento que era el sitio adecuado para que El barón de Muchausen viera la luz. Es muy poético que un libro repleto de aventuras y detalles exóticos nazca en una isla con un potencial visual tan especial como Tenerife”.

¿La del barón es la fiesta a la que le hubiera gustado asistir?

“Me gustaría que fuera eso lo que sintieran todos los lectores. En realidad, me da mucha curiosidad probar lo que comen los personajes. Aunque no estoy muy segura de la sandía con embutido… Pero sí, me encantaría estar ahí para conocer a todas las criaturas. Además, la fiesta es en la Luna. ¿Cómo iba a perder la oportunidad de pasarme por allí?”.

→ Francesca Dell’Orto, ilustradora

Me cito con Francesca Dell’Orto a medio a camino entre Como y la Luna. Por suerte, estamos tan cerca de la órbita espacial que los satélites ofrecen una estupenda cobertura. “Perdón por mi español”, se excusa en perfecto español. “Nunca lo he estudiado”, me cuenta la ilustradora italiana. “Escucho audiolibros mientras trabajo y practico con una amiga un par de veces al mes”. Si esto les impresiona, esperen a leer Las increíbles y exageradas aventuras del barón de Munchausen, la adaptación del clásico alemán escrita por Maddalena Oriani. Repleto de imágenes cautivadoras y dotado de un imaginario visual apabullante, este libro álbum ocupará —sin duda— un lugar privilegiado en el catálogo de Diego Pun Ediciones.

¿Cómo se fragua el proyecto?

“Llevaba tiempo con la idea de trabajar en la historia del barón desde un enfoque distinto. Me interesaba que fuera un niño para cambiar el eje del argumento original. La novela de Raspe está muy centrada en la mentira y la manipulación. Al hacer del protagonista un niño, podíamos profundizar en el poder de la fantasía, la creatividad y la imaginación. Enseguida pensé en Maddalena Oriani para reescribir la trama con esta condición”.

¿Y cómo llega a manos de Diego Pun Ediciones?

“Nos conocimos en la Feria del Libro Infantil de Bolonia, donde les enseñé mi trabajo y les propuse la historia del barón. Cuando Maddalena Oriani se sumó al proyecto, acordamos qué partes de la novela trabajaríamos y cuáles preferíamos omitir. Hay pasajes machistas y violentos en el original con los que éramos muy críticas y tampoco encajaban en la adaptación infantil. Tras cerrar esos detalles, cada una encaró el proceso creativo con total libertad”.

Háblenos de la construcción de este exuberante universo visual.

“Con El barón he tenido la oportunidad de imaginar paisajes diferentes, de crear mis propios monstruos y criaturas… Como estudié escenografía, mi método se parece bastante al de un director de teatro: preparo todos los personajes y los elementos de la escena por separado y luego, en Photoshop, voy montando cada momento de la historia. Compongo la hoja moviendo los detalles, jugando con ellos, hasta acercarme a la imagen que tengo en la cabeza. Entonces solo hago una capa y lo pinto todo”.

Estamos ante un libro muy luminoso, dominado por el dorado.

“Para mí, el color es el alma del libro. Lo trabajo muchísimo, hasta el final, y siempre conlleva un gran esfuerzo encontrar el tono perfecto. El color manifiesta la resonancia de una parte emotiva. Es un proceso muy introspectivo porque debo entender qué he sentido cuando leo e imagino la historia”.

Parece un método muy personal.

“Siempre busco una conexión personal con la historia. Hasta que no la encuentro, no puedo dar por terminado el libro. Me aferro a determinadas temáticas o elementos que me interpelan directamente para llevar a cabo mi proceso creativo. De cualquier otro modo, estaría firmando solo un ejercicio de dibujo. Eso nunca sale bien”.

Impresionan también las distintas texturas (el agua, las plumas, la corteza…).

“Aunque yo trabajo fundamentalmente en digital, elaboro las texturas de forma manual. Así, creo diferentes manchas —por ejemplo, de acuarela o acrílico— que luego escaneo para emplearlas en los dispositivos digitales”.

Jirafas con peluca, tigres llameantes y frutas imposibles… ¿Cómo afronta el surrealismo de una historia así?

“En la vida, me gusta jugar. Jugando con mis sobrinos, por ejemplo, me siento muy libre. Para mí, las historias surrealistas son una oportunidad de sumergir al lector en ese juego. Las afronto siempre con muchísima creatividad. Cuando el texto me permite romper con las reglas, no tengo miedo a ser personal y crear personajes fantásticos. Me resulta mucho más desafiante y aburrido lo opuesto: cuando tengo que acatar las normas y ceñirme a una tarea demasiado restrictiva”.

En algunas páginas es difícil decidir adónde mirar primero. ¿Prefiere guiar la mirada del lector o que este disfrute de su libre albedrío?

“De niña no tenía muchos libros ilustrados. Me gustaban, en cambio, las novelas. Tengo un nítido recuerdo de sumergirme en esos mundos de fantasía. Pasaba horas y horas leyendo. A veces, mis padres me regañaban porque no salía de la cama y hasta me olvidaba de comer. Esa misma experiencia de lectura inmersiva es la que trato de replicar en mis ilustraciones. Lo que hago es proponer un universo y dejar que el lector se pierda en sus imágenes. Algunas son más sencillas, otras son más complejas. Creo que a los niños pequeños les resulta muy estimulante tener el poder de decisión. Decidir es lo que nos hace diferentes. Algunos adultos, por desgracia, han perdido la capacidad de escoger por sí mismos. El libre albedrío nos permite desarrollar nuestra propia personalidad, y eso es lo más importante. Porque no todos tenemos que ser iguales, ¿no?”

Eso conecta con la dimensión lúdica del libro.

“Me gustaría que el álbum fuera entendido como un objeto de juego más que como una lectura pasiva. Sería muy bonito. Sé que a veces es necesario, pero por lo general no me gusta simplificar mucho las cosas. Creo que es importante dejar abiertos ciertos elementos, no esconder aquello que los hace complejos. Si se simplifica demasiado, se pierde la belleza del mundo. Creo que este libro ofrece diversos planos de lectura y eso es genial porque cada uno puede hacer con él lo que quiera. Sería interesante, por ejemplo, añadir aventuras personales al final. En cualquier caso, espero que el niño se pregunte: ‘Bueno, ¿ahora yo adónde voy?, ¿qué hago?”. En fin, que se plantee esas cuestiones tan valiosas…”.

El barón de Munchausen recupera el viejo debate entre la realidad y la fantasía. ¿Qué opina?

“Lo primordial es hallar el equilibrio entre ambas. A veces la vida es muy dura y uno desearía perderse en la fantasía, pero son esos momentos difíciles los que impulsan nuestra creatividad. La imaginación siempre nace del deseo, de algo que falta. No hay que suprimir nunca ninguna de las dos. Si nos abandonamos a un mundo completamente mágico, nos perderíamos cosas muy preciadas para la vida. La gente, la comida, la naturaleza… Todo eso es muy concreto. El juego, la fantasía y el deseo, por otro lado, no tienen sentido sin la realidad cotidiana. Se necesitan la una a la otra. Más aún: se nutren mutuamente”.

Las historias del barón son siempre maravillosas. ¿Es usted de las que va directa al grano o da mil vueltas cuando cuenta una anécdota?

“Me entretengo en los detalles. Cuando cuento, por ejemplo, un viaje, describo la ciudad y, sin quererlo, me explayo sobre la gente, los aromas, la comida… Empiezo hablando de una cosa y acabo recordando unas vacaciones que hice hace diez años. Ahora que lo mencionas, sí que puede haber un paralelismo con el barón [risas]”.

Entrevista realizada por Ricardo Marrero

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